jueves, 22 de marzo de 2012

Tema 4 La Gracia de Dios



1. La gracia de Dios

Todos los hombres de la tierra no vivimos sólo porque comemos, respiramos, y trabajamos, sino porque estamos asistidos siempre por el poder de Dios Creador. Esto significa, que aunque ya estamos en la vida, y trabajamos para crecer y vivir, es Dios que desde su providencia nos mantiene en nuestra existencia. Así, por ejemplo la vida, el bautismo, la confirmación, la misa de los domingos con la Comunión del Cuerpo de Cristo, nuestros padres, hermanos, amigos, etc. son regalos que Dios nos ha hecho, y a todo eso decimos “gracias”, que es lo mismo que decir “dones gratuitos de Dios” que siempre nos hace a cada instante.
La vida de la gracia son esas pequeñas y grandes cosas que día a día recibimos y que a veces no nos damos cuenta, una gracia que viene de Dios es siempre algo creado, es un don o regalo que nunca merecemos, es una realidad espiritual que Dios nos manda a cada uno según nuestra necesidad, es algo gratuito, Dios lo da sin pedir nada a cambio, no tiene un valor, su valor en todo caso es infinito.
Por eso es siempre necesario dar gracias a Dios por las gracias que recibimos.

2. Gracia increada y creada

Dios trinitario, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en sí mismos son la gracia mayor, ellos en son gracia excelsa, total, y se dice que es gracia increada, porque al ser el mismo Dios no puede tener creación.
Pero las otras gracias que recibimos a diario, la vida, los sacramentos, la fuerza para las buenas obras, etc. son siempre gracias que Dios crea para nosotros, y nos ayudan a ser mejores y que las cosas sean un poco más fáciles para desenvolvernos.

3. Gracias actuales y habituales


La Iglesia distingue dos suertes de gracia: una llamada gracia actual, y otra gracia habitual. La gracia actual, como su nombre lo indica, es transitoria; es un del momento por el cual Dios nos excita y nos ayuda a evitar el mal y obrar el bien. Este socorro divino, que se nos otorga en tiempo oportuno, es una luz que ilumina nuestra inteligencia, una excitación dada a nuestra voluntad, en fin, un buen movimiento, que nos ayuda, pero que no lo hace todo sin nosotros: para obtener su fin, la gracia actual necesita de nuestra cooperación. Si correspondemos fielmente a ella, adquirimos un mérito; si la hacemos ineficaz por nuestra voluntad, somos culpables. Es por ejemplo cuando tenemos poca gana de ayudar a alguien que necesita, la gracia actual nos impulsa a salir de nuestra comodidad y hacer esa obra de amor concreta.
La gracia habitual, que también se llama santificante, permanece en nuestra alma y la hace santa y agradable a Dios. No es un socorro transitorio, sino una influencia permanente divinamente difundida en el alma. Por esto la Escritura designa comúnmente a esta gracia con el nombre de vida. Ella es, en efecto, la vida sobrenatural del alma. También se la llama estado de gracia y caridad. La gran diferencia es que justamente esta gracia habitual no se quita nunca, siempre está, aún cuando estamos en pecado, reducida y apocada, sigue estando en nosotros.

4. Necesidad que el hombre tiene de la gracia

La gracia es necesaria al hombre para todos los actos sobrenaturales; pues, como dijo Jesucristo: "Sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 5); y San Pablo: "No somos capaces de formar por nosotros mismos ni un buen pensamiento: sólo Dios es quien nos da este poder" (II Cor 3,5); y el Concilio de Trento: "Sin la gracia de Jesucristo, el hombre no podría ser justificado por las obras que ejecuta ayudado de sus fuerzas naturales. La gracia divina no se le concede sólo como un auxilio útil, sino como un socorro necesario. Sin la ayuda del Espíritu Santo, el hombre no podría creer, esperar, amar, arrepentirse, como es necesario, para merecer la santificación" (Ses. VI, can. 1-3).

Pero si la gracia es necesaria para las operaciones sobrenaturales del alma, Dios, en su misericordia, concede a todos los hombres los auxilios que necesitan para obtener su fin: y, como dice el Concilio de Trento: "Dios no ordena imposibles, pero cuando manda nos advierte al mismo tiempo que hagamos lo que podemos y que pidamos lo que no podemos y Él nos ayuda a poder" (Ses. VI, cap. 11). Ya antes había dicho San Pablo: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad"(I Tim 2, 4).

Por consiguiente, Dios jamás niega las gracias necesarias a los justos para cumplir sus mandamientos; ni a los pecadores, por ciegos y endurecidos que estén en la maldad, para arrepentirse y salir del estado de culpa; ni a los infieles, aun a aquellos que no tienen ningún conocimiento de la fe, para salir de su infidelidad.

Sin embargo, como las gracias de Dios no siempre obtienen el efecto que el Señor pretende, los teólogos las dividen en suficientes y eficaces. Llámese gracia suficiente el auxilio que Dios envía al alma, pero no obtiene resultado porque el hombre la resiste. Se denomina eficaz el auxilio que obtiene realmente el efecto para el que Dios le comunica. Esta eficacia deja siempre a salvo la libertad humana: el hombre, puede, en cada instante, seguir el impulso de la gracia o rechazarlo, consentir a las inspiraciones del Espíritu Santo o resistir a ellas. La gracia no arrastra necesariamente y los actos sobrenaturales que lleva a cabo la voluntad con el auxilio divino son actos libres.

5. El pecado: el hombre caído

Después del pecado original de Adán y Eva, todos hemos sido afectados, porque todos descendemos de la primera pareja creada por Dios. A pesar del bautismo que nos libra de la mancha original, es decir del pecado original, queda en nosotros un reato de culpa, eso nos hace hombres caídos, es verdad que gracias a Cristo, a su Pascua somos redimidos, salvados, pero hay en cada uno de nosotros una debilidad, o acaso a veces no hacemos el mal que sabemos no debemos hacer, y hasta algunas veces no quisiéramos hacer.
Por eso es necesaria la gracia de Dios, siempre porque nos ayuda a vivir según su voluntad.
La gracia suprema es Jesús que nos ha salvado, es la segunda persona de la Trinidad, la gracia misma, increada, que mediante la Cruz nos ha salvado de todo mal, Él es la Gracia que salva.
A veces no sabemos que significa JESÚS NOS SALVA, ¿De qué? Bueno en estado de pecado no merecemos nada más que la muerte para siempre, es lo llamamos el infierno. Jesús nos salvó de estar para siempre lejos de la vida verdadera que es Él. Por eso nos ha traído lo más grande: la Salvación de la muerte eterna.
6. Jesús es el centro de nuestra salvación
Siempre debemos recordar que Jesús por su pasión, muerte y resurrección nos ha comprado a precio de su vida. Esto significa que nos ha salvado de la perdición eterna. Por eso si se nos preguntara cual es el centro de la historia, del mundo, del universo, no tenemos que dudar en decir JESUCRISTO, DIOS VERDADERO Y HOMRE VERDADERO QUE NOS HA SALVADO PARA SIEMPRE.

7. La gracia se puede perder por el pecado, pero se puede recuperar


Por el pecado que cometemos perdemos la gracia actual, esa que nos ayuda a cada instante a ser buenos y a ser amigos de Dios, pero siempre se puede recuperar cuando por una buena confesión y serio arrepentimiento acudo al Sacramento de la Confesión. Si me confieso bien, la gracia vuelve a mi corazón.

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