Durante 44 años fue cura párroco de la Levítica Villa del Rosario (Cba.), y cuya actuación pastoral lo ha encumbrado en ser uno de los sacerdotes más extraordinarios de la República Argentina, según las palabras que dedica el cuadernillo de testimonio y gratitud que en 1965 se publicó al cumplirse los 30 años de su fallecimiento.
En 1934 el diario Los Principios, al cumplirse los 50 años de vida sacerdotal, se escribía “puede afirmarse, sin miedo a ninguna exageración, que todo el progreso de Villa del Rosario durante medio siglo se debe a la iniciativa y a la acción de este sacerdote, cuya obra reviste extraordinaria magnitud, y ha despertado y despertará la admiración de muchos”.
Desde el 24 de diciembre de 1988 hasta el 20 de marzo de 1932 fue pastor incansable de su feligresía parroquial que comprendía entonces Calchín, Carrilobo, Pozo del Molle, Oncativo, Laguna Larga, Santiago Temple, Río Segundo, que hoy son parroquias, cuyas iglesias se construyeron por su mano pastoral, preparaba las erecciones parroquiales con exquisito celo.
Fue un sacerdote ejemplar, digno sucesor de dos hijos de la Villa del Rosario Mons. Aquilino Ferreyra y Mons. José Anselmo Luque y Ferreyra, ambos luego obispos auxiliares de Córdoba.
Su acción pastoral es comentada como comparable al Padre José Gabriel Brochero, de cuya pasta también estaba hecho, aunque en distinto medio y cultura, con otras disposiciones materiales, en lo demás su temperamento, su celo misionero.
Contaba con un talento práctico, sin muchas teologías y cánones, le interesaba el progreso en cualquier área que fuera dentro de su parroquia, si tuviera que trazarse un plan pastoral estaría dado de la siguiente manera:
1.La magnífica basílica de Villa del Rosario, capacidad para 2000 personas,
2. El colegio para varones dirigido por religiosos, 3. El colegio para niñas regido por religiosas,
3. Un gran casa de ejercicios para los mayores y templar el espíritu,
4. Una sucursal del Banco Nación para el fomento de las industrias, el comercio, la agricultura, y del ahorro,
5. Un amplio y cómo hospital atendido por religiosas,
6. Una imprenta para difundir la verdad en letra de moldes,
7. Un puente carretero sobre el Río 2º que diera fácil acceso a las diversas regiones de su parroquia,
8. Una línea de ferrocarril para sacar la producción, fuente de vida y prosperidad para sus parroquianos, y con la sede del obispado.
Para todos una locura, menos para la mente del Padre Lindor Ferreyra.
En 1890 en medio del atraso material que caracterizaba a las poblaciones de tierra adentro, sin fortunas sólidas capaces de respaldar tan gran proyecto, cuando el país se estremecía en el colapso financiero y monetario que acompañaba la caída del presidente Juárez Celman. Muchos dijeron que esos lujos eran una locura, otros una provocación a la divina Providencia, pero para un hombre de fe con don Lindor nada parecía ni locura, ni nada era tentación a Dios si justamente todo sería hecho con su bendición y consentimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario