miércoles, 7 de septiembre de 2011

La vocación al sacerdocio ministerial (Octavo día de Novena Patronal)



No se es sacerdote por voluntad personal de cada hombre, ni por la autoridad civil: es Dios quien llama. Quien toma la investidura sacerdotal sin ser llamado o ejerce según su antojo las funciones de mediador, es un intruso. Por eso se dice en Heb 5,4: Y nadie se toma este honor, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.
Por ser mediador entre el cielo y la tierra, debe ser grato al cielo y a la tierra, en especial al cielo. Dos funciones realizan la adoración y la expiación: como adorador es el depositario del amor que los hombres deben ofrecer a Dios; como expiador reconcilia a los hombres con Dios, quitando de en medio, el pecado.
Jesucristo, Sacerdote de la Nueva Alianza, Sacerdote Único en el que se encarnará todo el Sacerdocio definitivo y eterno, anticipado en figura por el sacerdocio de la ley mosaica, debía ser llamado por Dios, con mayor razón que Aarón.
El Verbo se hizo carne para redimir, redime por su sacrificio y sacrifica por su Ser y sus funciones de Sacerdote. Encarnación y Sacerdocio, Sacrificio y Redención, están tan íntimamente unidos en Jesucristo que son absolutamente inseparables.
Este llamado se identifica con su filiación divina y es exigencia de su legación divina.
Por eso nos dice el autor de la Carta a los Hebreos: Cristo no se exaltó a Sí mismo en hacerse Sumo Sacerdote, sino Aquel que le dijo:«Mi Hijo eres Tú, hoy te he engendrado» (5,5).
Es llamado a ser Sacerdote eterno –sin suceder a nadie y sin sucesor–, instituido extraordinariamente: Lo juró el Señor y no se arrepentirá:«Tú eres sacerdote para siempre» (Heb 7,21).
La significación etimológica de «sacerdote» es, en hebreo: «Hombre que está de pie». Así, está Cristo orando al Padre, ofreciendo su sacrificio, como Mediador de los hombres ante Dios. Así, también, debe estar el sacerdote secundario.

El hombre no sólo debe ser llamado, también debe ser consagrado sacerdote.
Es la investidura pública que le capacita para ofrecer sus oficios sagrados.
¿Cómo fue ordenado y consagrado sacerdote Jesucristo?
Por el puro hecho de la unión hipostática de su naturaleza humana con la Persona del Verbo. El Verbo es el Crisma substancial, porque es substancialmente Dios.
Al tocar la Humanidad de Cristo lo consagra Sacerdote Único, Sacerdote Substancial y Total, o sea, Sacerdote por su misma naturaleza y por su mismo ser. Al ponerse en contacto con la divinidad fue íntima y totalmente invadido por ella y por ella ungido en alma y cuerpo.
Por eso, en Lc 4,18 el mismo Señor dice: El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Él me ungió; Él me envió a dar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberación, y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos...El Espíritu Santo –«spiritualis unctio»– se compenetró –más que el aceite a los cuerpos más compactos– hasta hacer de Él una unción viva y substancial, no un hombre ungido, sino «El Ungido», ¡Cristo!
Más aún, por la consagración sacerdotal, Jesús –como dice Santo Tomás– es el Carácter por esencia («...character aeternus est ipse Christus...» ); por ello es Sacerdote esencial, constituido y consagrado –como tal– en la Encarnación.

Santidad suma.
Todos nosotros nacemos manchados. Cometemos muchos pecados, aun siendo sacerdotes, por eso decimos en la presentación de dones: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor Dios nuestro»; además del acto penitencial, del lavabo y del «no soy digno...». Jesucristo, no.
Él es la santidad esencial. La suma santidad creada, como hombre. Y tal Sumo Sacerdote nos convenía: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y encumbrado sobre los cielos (Heb 7,26):
– «Santo»: ya lo había anunciado el ángel Gabriel a la Virgen.
– «Inocente»: más que Abel.
– «Inmaculado»: sin pecado original ni personal.
Por eso, no necesita diariamente, como los Sumos Sacerdotes, ofrecer víctimas, primero por sus propios pecados, y después por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez, ofreciéndose a sí mismo (Heb 7,27).

Inmortal .
No morirá jamás. Todos los otros sacerdotes tenían que renovarse sin cesar. Cristo no. Murió una vez para consumar su Sacrificio; pero tomó otra vez la vida para ofrecer su Sacrificio por toda la eternidad. «El sacrificio vespertino de su Pasión –dice San Agustín– se convirtió, por su Resurrección, en Sacrificio matutino y perdurable».
Hay dos tipos de sacerdocios: uno sujeto a la ley fatal de la muerte, otro, según la fuerza de una vida indestructible (Heb 7,16); por eso «ya no morirá más», es Sacerdote Eterno.

Según el orden de Melquisedec.
Es de una categoría única en la historia del sacerdocio. Es sacerdote nuevo, interrumpe y abroga el levítico. Como aquel rey de Salem, es Rey y Sacerdote al mismo tiempo. Como aquel rey de Salem, no tiene genealogía, porque no tiene padre según la generación humana, ni madre según la generación eterna. Como aquel rey de Salem, es rey de justicia, porque es Dios, y como sacerdote vino a establecer entre Dios y los hombres, pagando en justicia al Padre. Como aquel rey de Salem, ofreció pan y vino, en la Última Cena, en la que todo es nuevo, puesto que nuevo son:
– El sacerdocio;
– el sacrificio;
– la Alianza que se sella con su sangre;
– la Reconciliación;
– la Redención.
Ya no son simples figuras.


cfr. Job 1,5.

San Cipriano, Epis. 63,33: «Omnes portabat Christus, qui et peccata nostra portabat».

Santo Tomás de Aquino, STh, III, 63,3.

http://www.padrebuela.com.ar/




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