Citas
Sb 6,12-16: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9assdkf.htm
1Ts 4,13-18: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9audyud.htm
Mt 25,1-13: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abtzpy.htm
"¡La Sabiduría se deja encontrar!”.
¡Qué gran noticia para los hombres de todo tiempo, para todos los que buscan la verdad! La sabiduría no se esconde, no se sustrae a la humilde búsqueda de nuestra razón y no es una quimera inalcanzable. Si el hombre desea conocer la verdad y compromete lealmente su propia libertad y sus energías buscándola, la sabiduría no tarda en manifestarse en la “sintonía” y “receptividad” que le es propia.
A pesar de la herida mortal del pecado original, sanada por la muerte y resurrección del Señor, el hombre ha permanecido "capax Dei" y, por tanto, "capax veritatis et capax sapientiae".
El hombre es realmente “capaz” de Dios, capaz de la verdad y de la sabiduría. Por esta razón, la fecunda relación entre la capacidad y el deseo del hombre, por una parte, y la generosidad de la sabiduría que se manifiesta y se dona, por otra, representa una de las experiencias humanas más significativas y un real “preámbulo” del encuentro con el Señor: lo llamamos “fe”.
Siempre es extraordinariamente fascinante reconocer que la razón y la fe viven en una profunda e inseparable unidad. La búsqueda de la sabiduría, por la cual está llamado a empeñar sus mejores energías, y el encuentro con ella, que revela siempre una “ulterioridad” no deducible teóricamente de los conocimientos adquiridos-encontrados, es el ícono más eficaz de la espera “del esposo”, de la cual nos habla el evangelio de hoy.
La parábola de las diez vírgenes describe tanto el Reino de Dios, hoy presente y en acto, como el acontecimiento escatológico del fin de la historia, acerca del cual dice el Señor: “No conocéis ni el día ni la hora” (Mt 24,13).
En el relato evangélico se da una como “superación” del texto de la primera lectura: se dirige una invitación a una totalmente nueva, a “otra” sabiduría, personal y prudente. No es suficiente, en el último día, el deseo de “entrar en las bodas”; y no alcanza con reconocer “la voz del esposo”. El uso humilde y realista de la razón, entendido como búsqueda de la verdad, no se puede confundir, en ningún caso, con el verdadero encuentro con ella.
Ciertamente, “buscar la verdad” implica admitir su existencia y excluir cualquier enfoque relativista. Pero el sentido religioso universal no es aún el encuentro con el advenimiento de Cristo, el encuentro con la fe. No alcanza con ser hombres, creyentes anónimos, para llamarse cristianos.
El aceite que falta a las lámparas y que no se puede dar a otros, es el signo del gran misterio de la propia libertad, que en ningún caso puede elegir en lugar de otros ni suplir sus propias elecciones. Solamente puede rezar, ofrecer y sufrir por la salvación de todos, pero las elecciones son personales, fruto del uso de la libertad, con los méritos (o los deméritos) que de ellas se siguen: es un acto absolutamente personal, que distingue para la eternidad el propio perfil espiritual y el propio ser “eco de la sabiduría”, imagen y semejanza de la Sabiduría encarnada que es Jesucristo nuestro Señor.
Roguemos a la Santísima Virgen, la Sabiduría por excelencia, que nos lleve de la mano al encuentro con Jesucristo, verdadera Sabiduría que no se termina y, pidiendo ser reconocida, a todos espera.
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