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miércoles, 31 de agosto de 2011

El llamado a la vida de la gracia: vocación cristiana (Segundo día de la novena patronal)



Ahondar en la naturaleza del sacramento bautismal y abrirse al dinamismo al que da fundamento será pues una exigencia ineludible de la vida cristiana, y una condición imprescindible para que los esfuerzos por responder a la Nueva Evangelización den fruto. El Catecismo de la Iglesia Católica presenta de la siguiente manera los elementos fundamentales del Bautismo: «El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión: “Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo” (“El Bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra”9)»10.

En esta definición se pueden distinguir tres elementos fundamentales. En el punto anterior nos hemos referido ya a un aspecto del primero, según el cual el Bautismo es «el fundamento de toda la vida cristiana». El Catecismo añade, precisando los alcances de esta afirmación, que es «el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos». Toda la vida espiritual y la participación de la vida sacramental dependen del Bautismo.

En segundo lugar, el Catecismo indica que «por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios». El Bautismo da lugar a la vida nueva en el Señor Jesús. Ésta es la vocación del cristiano que tiene su raíz en el Bautismo: la filiación divina que recibe al ser liberado del pecado, y que debe hacerse vida concreta con su cooperación. Todas las vocaciones específicas a las que el Señor llama son participación de esta vocación a ser regenerados en el Hijo, el «Hombre nuevo», cuya gloria se manifiesta en cada cristiano de una manera única e irrepetible.

Esta vida nueva no es únicamente una transformación interior, sino que está ligada a la “obra” que cada fiel está llamado a realizar. Por eso, en tercer lugar, el Catecismo señala que por el Bautismo «llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión». El Bautismo, pues, hace al cristiano partícipe de la misión del Pueblo de Dios de ir por todo el mundo y proclamar la Buena Nueva a toda la creación (ver Mc 16,15).

La misión depende, como indica el Catecismo, de la incorporación a la Iglesia, que es uno de los efectos del Bautismo. De esta incorporación brota también una ineludible exigencia de comunión, que nace de la misma naturaleza del Bautismo: «Como la Iglesia es la comunión entre todos aquellos que profesan la única fe y viven en la caridad, la obligación primaria que brota del Bautismo es la de conservar la comunión con la misma Iglesia11 y con Dios»12.

La figura del cuerpo que el Espíritu inspira a San Pablo para expresar la realidad de la Iglesia ilumina ambas dimensiones de la comunión. Expresa por un lado la unidad de todos los miembros del cuerpo con la Cabeza que es el Señor, de quien todos reciben la vida. Participamos de la vida cristiana como miembros de la Iglesia, en la medida en que permanecemos unidos «a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios» (Col 2,19). La figura del cuerpo expresa también la unidad en la pluralidad de servicios que están llamados a desempeñar los cristianos en la Iglesia: «Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros» (Rom 12,4-5). La unidad del cuerpo se fortalece cuando cada uno construye la comunión, acogiendo la reconciliación en la vida personal y comunitaria, y entregándose generosamente al «ministerio de la reconciliación», que se nos ha confiado en el Bautismo: «Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación» (2Cor 5,18). Esta unidad tiene su fundamento en la gracia bautismal: «El Bautismo constituye el fundamento de la comunión entre todos los cristianos, ...“constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por él”13»14.

C. La vida cristiana
Esta plenitud de la unidad y la comunión tiende a la perfección de la caridad, que es la esencia de la vida cristiana. Por el Bautismo, como nos recuerda el Concilio, «todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad»15.. El Bautismo es, así, el «fundamento de la existencia cristiana»16.. Esta vida cristiana que los hijos de la Iglesia acogen por el Bautismo es la única vida verdaderamente humana: «Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida» (1Jn 5,11-12).

Para comprender la transformación de la existencia humana que significa esta vida cristiana, la Iglesia ha mirado siempre a María, la primera en recibir en sí los frutos de la reconciliación. Ella es paradigma de esa vida de la que los cristianos participamos por el Bautismo. Manifiesta en su propio ser indiviso la plenitud de vida que se da en la comunión con la Trinidad creadora, que es la fuente de la reconciliación con uno mismo, con los demás y con toda la creación. La vocación a la vida cristiana, que María acoge plenamente, se manifiesta en Ella precisamente como la coronación y la plenitud de la vocación a la vida humana, y por lo tanto como la verdadera vida humana, vida reconciliada, existencia en la cual ha dado fruto la reconciliación que el Señor nos ha obtenido con su Encarnación, Muerte y Resurrección. En María se percibe claramente que la vida cristiana es la que se centra en el Señor Jesús, nutriéndose de Él, que ha venido para que tengamos vida y para que la tengamos en abundancia (ver Jn 10,10).

En Ella resulta claro también cómo la vocación a la vida cristiana, que alcanza una especificación particular en cada persona llamada a reflejar la gloria del Señor17 de una manera única e irrepetible, no se queda en el ser, sino que está indesligablemente unida a un quehacer, a una obra, a una misión concreta y personal. María, que es la Inmaculada, la llena de gracia, la sierva del Señor, tiene, como enseña el Santo Padre, «un lugar preciso en el plan de la salvación», una «presencia activa y ejemplar en la vida de la Iglesia»18. Al igual que Ella todos los cristianos tienen, junto a su vocación a la santidad, una misión a cumplir: «Cada ser humano, junto a esta vocación que venimos llamando “fundamental” tiene también, por designio divino, un llamado a realizar en este terreno peregrinar una misión propia. Así, el horizonte de la vocación pasa a una especificidad más individual con el llamado personal a una misión concreta, cuya huella lleva en su mismidad, según la divina Providencia»19.

II. El Bautismo y la vocación a la santidad
La vida cristiana que proviene del Bautismo incluye pues tanto la vocación del cristiano a participar plenamente de esa vida en su persona, como el llamado a cumplir una misión apostólica. Ahondaremos ahora en el primero de estos aspectos, que no es otro que la vocación de cada cristiano a vivir la plenitud de la santidad.

A. La vocación a la santidad
El Papa Juan Pablo II afirma en la Christifideles laici que «la vocación a la santidad hunde sus raíces en el Bautismo»20, señalando que esa vocación, que debe ser considerada «como un signo luminoso del infinito amor del Padre que les ha regenerado a su vida de santidad» es «una componente esencial e inseparable de la nueva vida bautismal, y, en consecuencia, un elemento constitutivo de su dignidad»21. El Santo Padre recoge así la enseñanza del Concilio Vaticano II, el cual, al recordar al Pueblo de Dios la universal vocación a la santidad, la fundamentaba precisamente en la consagración bautismal: «Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el Bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron»22.

En el texto conciliar la santidad aparece en primer lugar como un hecho: los cristianos son ya «realmente santos» por el Bautismo. Hay un fundamento ontológico de santidad, en el cual se basa el desarrollo de la santidad del cristiano: la vida nueva en el Señor que le ha sido conferida al bautizado por su participación sacramental en el acto reconciliador del Señor Jesús. El Catecismo ahonda en esta realidad subrayando la radical novedad de la condición del bautizado: «El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito “una nueva creación” (2Cor 5,17), un hijo adoptivo de Dios (ver Gál 4,5-7) que ha sido hecho “partícipe de la naturaleza divina” (2Pe 1,4), miembro de Cristo (ver 1Cor 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rom 8,17) y templo del Espíritu Santo (ver 1Cor 6,19)»23.

Pero el Concilio no se queda en afirmar que la santidad es ya real en los bautizados. También nos dice que «es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron».. La vida cristiana acogida en el Bautismo constituye un principio dinámico de crecimiento, que no ha alcanzado todavía la plenitud. En realidad, toda la existencia cristiana es despliegue de la novedad cristiana acogida en el Bautismo, como lo señala la Christifideles laici con respecto a los laicos: «No es exagerado decir que toda la existencia del fiel laico tiene como objetivo el llevarlo a conocer la radical novedad cristiana que deriva del Bautismo, sacramento de la fe, con el fin de que pueda vivir sus compromisos bautismales según la vocación que ha recibido de Dios»24.

Los obispos latinoamericanos en Medellín enseñaron por eso que «por el Bautismo el cristiano inició su configuración con Cristo que luego, por la acción de Dios y la fidelidad del hombre, ha de ir creciendo hasta llegar a la edad perfecta de la plenitud de Cristo»25. El esfuerzo del hombre por responder con fidelidad parte de la conciencia del don inmenso del Bautismo, es decir, del misterio de haber muerto a la muerte para nacer a la vida nueva en el Señor Jesús. Esta conciencia lleva al cristiano a descubrir que la semilla de vida que ha sido depositada en su corazón debe madurar por la gracia y por la fe.

Si el don del Bautismo es como una semilla de vida llamada a crecer y exige un esfuerzo de cooperación, también lo exige la presencia, aun después del Bautismo, de las consecuencias del pecado: «En el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o “fomes peccati”: “La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien ‘el que legítimamente luchare, será coronado’ (2Tim 2,5)” (CC. de Trento: DS 1515)»26.

El desarrollo del don de la vida cristiana recibido por el Bautismo supone pues un esfuerzo consciente de lucha y combate, como lo sugieren las esperanzadoras palabras del Concilio de Trento que cita el Catecismo. Este combate requiere de una cooperación activa con la gracia recibida. No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos (ver Mt 7,21), sino aquel que cumple con el designio divino. No basta con ser bautizado, sino que es necesario abrirse al dinamismo del Bautismo para, cooperando con la gracia recibida, irse transformando cada vez más, «hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4,13), en cuya muerte hemos participado para nacer a la nueva vida.

B. La dinámica bautismal
La dinámica fundamental de ese camino de combate interior y cooperación que conduce al despliegue del don de la vida de gracia, y al progresivo vencimiento de la concupiscencia, viene señalada también por la naturaleza misma del Bautismo: se trata del paso de la muerte del pecado a la vida nueva en el Señor Jesús.

El Papa Juan Pablo II enseña que mediante el Bautismo «Jesús une al bautizado con su muerte para unirlo a su resurrección (ver Rom 6,3-5); lo despoja del “hombre viejo” y lo reviste del “hombre nuevo”, es decir, de Sí mismo»27. Nuevamente, se trata ante todo de una realidad objetiva, presente ya en el bautizado por la misma recepción del sacramento. Pero esa realidad ontológica ha de ir haciéndose vida concreta en la vida espiritual del cristiano.

Esto implica asumir en la propia vida un doble dinamismo por el cual nos vamos asemejando cada vez más al Señor Jesús: despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo. Ambos procesos son simultáneos y complementarios. Por un lado, ir rompiendo con el pecado, con los conflictos y rupturas en todas las dimensiones de nuestro ser, y sobre todo con la mentira, que nos hace esclavos de las concupiscencias del poder, el tener y el placer (ver 1Jn 2,16). Por el otro, ir revistiéndonos del hombre nuevo, acogiendo la gracia divina que el Padre derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo, para irnos asemejando cada vez más al Señor Jesús y poder repetir con el Apóstol: «es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

Ese camino progresivo de conformación con el Señor Jesús no es otro que el camino de crecimiento en la fe, como se puede deducir —una vez más— del sacramento del Bautismo.

C. El camino de la fe
En efecto, como enseña el Catecismo, «el Bautismo es el sacramento de la fe». «La fe que se requiere para el Bautismo —añade— no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse»28. Por ello, «en todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo». Esto lo manifiesta el hecho de que «la Iglesia celebra cada año en la noche pascual la renovación de las promesas del Bautismo»29. La fe debe pues renovarse y aumentar cada día: «¡Creo, ven en ayuda de mi poca fe!» (Mc 9,24).

La fe, «garantía de lo que se espera; prueba de las realidades que no se ven» (Heb 11,1) es, como enseña San Juan de la Cruz, medio proporcionado de unión con Dios30 y, como tal, principio dinámico de la maduración cristiana. Todo el proceso de crecimiento de la vida cristiana ha de entenderse como un desarrollo de la fe, que en la esperanza conduce hacia la plenitud de la caridad.

Esa exigencia de crecimiento en la fe se manifiesta en primer término como una exigencia de integralidad. Se trata de vivir una fe que abarque todas las dimensiones del ser humano: su mente, su corazón y su acción. La fe —enseña el Santo Padre en la Veritatis splendor— «no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida. Pero, una palabra no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica. La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (ver Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (ver Gál 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos»31.

Para que la fe se haga integral debe ir creciendo, hasta ir transformando a la persona en toda su realidad. Para ello es necesario un esfuerzo consciente y sistemático por ir abriéndose y respondiendo al dinamismo transformante de la fe. Un testimonio claro de esta dinámica es la llamada “Dirección de San Pedro” que el Espíritu inspiró al Apóstol en su segunda carta: «Poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad» (2Pe 1,5b-7).

No basta con la fe inicial. San Pedro nos enseña que a ella hay que añadir progresivamente —poniendo «el mayor empeño» (2Pe 1,10)— todas las demás virtudes que va enumerando en una cadena que concluye con la consumación en la caridad. Se trata de una dinámica de cooperación activa, para no quedarse «inactivos ni estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo» (2Pe 1,8). Caminando por esa senda, la fe irá desplegándose en la vivencia de las otras dos virtudes teologales. La fe es el fundamento sobre el cual se asientan la esperanza y la caridad, pero al mismo tiempo sin la esperanza, que sostiene el esfuerzo de crecimiento, y la caridad, que es la plenitud hacia la que tiende la vida cristiana, la fe queda vacía (ver 1Cor 13,2).

Este camino de crecimiento de la fe tiene como fundamento el Bautismo. La huella ontológica de la incorporación a Jesucristo ordena todos los dinamismos de la naturaleza humana hacia la vida cristiana. Por eso el camino de la fe es también de alguna manera el camino del encuentro con uno mismo: el bautizado ha sido renovado radicalmente, y es una nueva creación, participa de la naturaleza divina como hijo adoptivo de Dios y miembro de Cristo y es templo del Espíritu Santo. Además, recibe la gracia santificante, que le permite vivir las virtudes teologales y acoger los dones del Espíritu Santo32 que lo sostienen en el caminar.

martes, 30 de agosto de 2011

La vida como vocación en el pensamiento del beato Juan Pablo II (primer día de Novena Patronal)





Venerables Hermanos en el Episcopado,

queridos Hermanos y Hermanas de todo el mundo!:

1. La próxima "Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones" que tendrá lugar el 6 de mayo del 2001, a pocos meses, por tanto, del fin del Gran Jubileo, tendrá como motivo "La vida como vocación". En este mensaje deseo detenerme para reflexionar con vosotros sobre el tema que reviste una indudable importancia en la vida cristiana.

La palabra "vocación" cualifica muy bien las relaciones de Dios con cada ser humano en la libertad del amor, porque "cada vida es vocación" (Pablo VI, carta Enc. Populorum progressio, 15). Dios, al fin de la creación, contempla al hombre y "vió ser bueno!" (Cf. Gén. 1, 31) lo hizo "a su imagen y semejanza", le puso en sus manos laboriosas el universo y lo ha llamado a una íntima relación de amor.



Reconocerse con vocación divina es la base para afirmar la dignidad personal

Vocación es la palabra que introduce a la comprensión de los dinamismos de la revelación de Dios y descubre al hombre la verdad sobre su existencia: "La razón más profunda de la dignidad humana, --leemos en el documento conciliar Gaudium et spes,-- está en la vocación del hombre a la comunión de Dios. Ya desde su nacimiento es invitado el hombre al diálogo con Dios: pues, si existe, es porque, habiéndole creado Dios por amor, por amor le conserva siempre, y no vivirá plenamente conforme a la verdad, si no reconoce libremente este amor y si no se entrega a su Creador". (N° 19). Es en este diálogo de amor con Dios que se funda la posibilidad para cada uno de crecer según líneas y características propias, recibidas como don y capaces de "dar sentido" a la historia y a las relaciones fundamentales de su existir cotidiano, mientras se está en camino hacia la plenitud de la vida.



La vocación como enriquecimiento de la propia existencia

2. Considerar la vida como vocación favorece la libertad interior, estimulando en la persona el deseo de futuro, conjuntamente con el rechazo de una concepción de la existencia pasiva, aburrida y banal. La vida asume así el valor del "don recibido, que tiende por naturaleza a llegar a ser bien dado" (Doc. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 1997, 16, b). El hombre muestra ser renovado en el Espíritu (Cf. Jn. 3, 3.5) cuando aprende a seguir el camino del nuevo mandamiento "que os améis los unos a los otros, como yo os he amado" (Cf. Jn 15, 12). Se puede afirmar que, en cierto sentido, el amor es el DNA de los hijos de Dios; es la "vocación santa" con la que hemos sido llamados "según su propósito y su gracia, gracia que nos fue dada en Cristo Jesús, antes de los tiempos eternos y manifestada en el presente por la aparición de nuestro Salvador, Jesucristo" (2 Tm 1, 9.10).



La incomparable grandeza de una vida con Dios

En el origen de todo camino vocacional, está el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Él nos revela que no estamos solos construyendo nuestra vida, porque Dios camina con nosotros en medio de nuestros quehaceres y si nosotros lo queremos, entreteje con cada cual una maravillosa historia de amor, única e irrepetible. Y al mismo tiempo, en armonía con la humanidad y con el mundo entero. Descubrir la presencia de Dios en la propia historia, no sentirse nunca huérfano sino siendo consciente de tener un Padre del que podemos fiarnos totalmente: este es el gran cambio que transforma el horizonte simplemente humano y lleva al hombre a comprender, como afirma la "Gaudium et spes", que no puede "encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo" (N°24). En estas palabras del Concilio Vaticano II está encerrado el secreto de la existencia cristiana y de toda la auténtica realización humana.



Sin embargo, un amplio sector cultural margina a Dios en la vida cotidiana

3. Hoy, sin embargo, esta lectura cristiana de la existencia debe hacer el balance de algunos comportamientos de la cultura occidental, en la que Dios es prácticamente marginado del vivir cotidiano. He aquí porqué es necesario un compromiso acorde de toda la comunidad cristiana para "reevangelizar la vida". Conviene a esta fundamental obligación pastoral el testimonio de hombres y mujeres que muestren la fecundidad de una existencia que tiene en Dios su fuente, en la docilidad a la acción del Espíritu su fuerza, y en la comunión con Cristo y con la Iglesia la garantía del sentido auténtico de la fatiga cotidiana. Conviene que en la Comunidad cristiana, cada uno descubra su personal vocación y responda con generosidad. Cada vida y vocación y todo creyente es invitado a cooperar en la edificación de la Iglesia. En la "Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones", sin embargo, nuestra atención va dirigida especialmente a la necesidad y a la urgencia de los ministros ordenados y de las personas dispuestas a seguir a Cristo en su camino exigente de la vida consagrada con la profesión de los consejos evangélicos.



La difusión más extensa e intensa del Evangelio reclama la entrega a Dios de mujeres y de hombres especialmente llamados para esa tarea

Hay urgencia de ministros ordenados que sean "garantía permanente de la presencia sacramental de Cristo Redentor en los diversos tiempos y lugares" ("Christifideles laici", 55) y, con la predicación de la Palabra y la celebración de la Eucaristía y de los otros Sacramentos guíen a las Comunidades cristianas por los senderos de la vida eterna.

Hay necesidad de hombres y mujeres que con su testimonio mantengan "viva en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio" y hagan "avivar continuamente en la conciencia del Pueblo de Dios la exigencia de responder con la santidad de la vida al amor de Dios derramado en los corazones por el Espíritu Santo, reflejando en su conducta la consagración sacramental obrada por Dios en el Bautismo, la Confirmación o el Orden" ("Vita consecrata", 33).

Que el Espíritu Santo pueda suscitar abundantes vocaciones de especial consagración, para que favorezca en el pueblo cristiano una adhesión siempre más generosa al Evangelio y haga más fácil a todos la comprensión del sentido de la existencia como transparencia de la belleza y de la santidad de Dios.



Reconducir a Cristo los ideales grandes y generosos de muchos jóvenes

4. Mi pensamiento se dirige ahora a tantos jóvenes sedientos de valores y las más de las veces incapaces de encontrar el camino que a ello conduce. Sí: sólo Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Y es por esto necesario hacerles encontrar al Señor y ayudarles a establecer con Él una relación profunda. Jesús debe entrar en su mundo, asumir su historia y abrirle su corazón, para que se dispongan a conocerlo siempre más, a medida que siguen las huellas de su amor.



La imprescindible tarea de los Pastores

Pienso, con respecto a esto, en el papel importante de los Pastores del Pueblo de Dios. Para ellos evoco las palabras del Concilio Vaticano II: "Preocúpense los presbíteros, en primer lugar, de poner ante los ojos de los fieles, con el ministerio de la Palabra, y con el testimonio de su propia vida, el espíritu de servicio y el verdadero gozo pascual, la excelencia del Sacerdocio y su necesidad…Para este fin es de máxima utilidad la dirección espiritual sabia y prudente…Sin embargo, esta llamada del Señor no debe esperarse que sea en manera alguna como voz extraordinaria que llegue a oídos del futuro presbítero. Sino que más bien debe ser entendida e interpretada a través de signos por medio de los cuales cada día la voluntad de Dios se manifiesta a los cristianos prudentes, signos que deben ser considerados atentamente por los presbíteros". (Presbyterorum ordinis, 11)



Es importante el testimonio de los ya consagrados a Dios

Pienso también en los consagrados y consagradas llamados a testimoniar que en Cristo está nuestra única esperanza; sólo de Él es posible sacar la energía para vivir sus mismas calidades de vida; sólo con Él, se puede salir al encuentro de las profundas necesidades de salvación de la humanidad. Pueda la presencia y el servicio de las personas consagradas abrir el corazón y la mente de los jóvenes hacia horizontes de esperanza plenos de Dios y los eduquen en la humildad y la gratuidad del amar y del servir. La significatividad eclesial y cultural de su vida consagrada se traduzca siempre más en propuestas pastorales específicas, adaptadas a la forma de educar y formar a los jóvenes y muchachas para la escucha de la llamada del Señor y a la libertad del espíritu para responderle con generosidad e intrepidez.



La importante misión de los padres

5. Me dirijo ahora a vosotros, queridos padres cristianos, para exhortaros a estar cerca de vuestros hijos. No los dejéis solos frente a las grandes opciones de la adolescencia y de la juventud. Ayudadlos a no dejarse arrollar por la búsqueda afanosa del bienestar y guiadlos hacia el gozo auténtico, como lo es el del espíritu. Haced resonar en sus corazones, a veces llenos de miedo por el futuro, el gozo liberador de la fe. Educadlos, como escribía mi venerado predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, "apreciando simplemente los múltiples gozos humanos que el Creador pone ya en su camino: alegría entusiasta de la existencia y de la vida; gozo del amor casto y santificado; júbilo pacificante de la naturaleza y del silencio; regocijo, a veces austero, del trabajo esmerado; felicidad y satisfacción del deber cumplido; contento transparente de la pureza, del servicio, de la participación: satisfacción exigente del sacrificio". (Gaudete in Domino, I).



La importante responsabilidad de los educadores

A la acción de la familia sirva de apoyo la de los catequistas y de los docentes cristianos, llamados de forma particular a promover el sentido de la vocación en los jóvenes. Su tarea es guiar a las nuevas generaciones hacia el descubrimiento del proyecto de Dios sobre sí mismo, cultivando en ellos la disponibilidad de hacer de la propia vida, cuando Dios llama, un don para la misión. Esto se verificará a través de ocasiones progresivas que preparen al "sí" pleno, por el que la entera existencia es puesta al servicio del Evangelio. Queridos catequistas y docentes: para obtener esto, ayudad a los jóvenes confiados a vosotros a mirar hacia lo alto, a huir de la tentación constante del compromiso. Educadlos en la confianza en Dios que es Padre y muestra la extraordinaria grandeza de su amor, confiando a cada uno un deber personal al servicio de la gran misión de "renovar la faz de la tierra".



En la Escritura está el modelo de llamada al servicio del Evangelio

6. Leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles que los primeros cristianos "perseveraban en oir la enseñanza de los apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración" (2, 42). Cada encuentro con la Palabra de Dios es un momento feliz para la propuesta vocacional. La frecuentación de la Sagrada Escritura ayuda a comprender el estilo y los gestos con los que Dios elige, llama, educa y hace partícipe de su amor.



Oración por las vocaciones

La celebración de la Eucaristía y la oración hacen entender mejor las palabras de Jesús: "¡La mies es mucha y los obreros pocos! Roguemos, pues, al amo, mande obreros a su mies" (Mat.9, 37-38. Cf. Lc 10, 2). Rogando por las vocaciones se dispone uno a mirar con sabiduría evangélica al mundo y a las necesidades de la vida y salvación de cada ser humano; se vive, además, la caridad y la solidaridad de Cristo hacia la humanidad y se cuenta con la gracia de poder decir, siguiendo el ejemplo de la Virgen: "He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc. 1, 38)



Oración del Papa por las vocaciones



Invito a todos a implorar conmigo al Señor, para que no falten obreros en su mies:

Padre santo: fuente perenne de la existencia y del amor,
que en el hombre viviente muestras el esplendor de tu gloria,
y pones en su corazón la simiente de tu llamada,
haz que, ninguno, por negligencia nuestra, ignore este don o lo pierda,
sino que todos con plena generosidad, puedan caminar
hacia la realización de tu Amor.
Señor Jesús, que en tu peregrinar por los caminos de Palestina,
has elegido y llamado a tus apóstoles y les has confiado la tarea
de predicar el Evangelio, apacentar a los fieles, celebrar el culto divino,
haz que hoy no falten a tu Iglesia
numerosos y santos Sacerdotes, que lleven a todos
los frutos de tu muerte y de tu resurrección.
Espíritu Santo: que santificas a la Iglesia
con la constante dádiva de tus dones,
introduce en el corazón de los llamados a la vida consagrada
una íntima y fuerte pasión por el Reino,
para que con un sí generoso e incondicional,
pongan su existencia al servicio del Evangelio.
Virgen Santísima, que sin dudar
te has ofrecido al Omnipotente
para la actuación de su designio de salvación,
infunde confianza en el corazón de los jóvenes
para que haya siempre pastores celosos,
que guíen al pueblo cristiano por el camino de la vida,
y almas consagradas que sepan testimoniar
en la castidad, en la pobreza y en la obediencia,
la presencia liberadora de tu Hijo resucitado.
Amén.



Vaticano, 14 de septiembre del 2000

IOANNES PAULUS II

jueves, 25 de agosto de 2011

La solución canónica a la sede episcopal de Jujuy, ni impedida, ni vacante



En circunstancias particulares, la Santa Sede puede, de manera extraordinaria, disponer que en una diócesis sea nombrado un Administrador Apostólico sede plena. En tal caso, el Obispo diocesano colabora, en cuanto le compete, al pleno, libre y sereno cumplimiento del mandato del Administrador Apostólico. “APOSTOLORUM SUCCESSORES”

El obispo residencial sigue siendo obispo diocesano, no hay sede vacante, ni siquiera impedida técnicamente hablando, no obstante, por circunstancias particulares, en este caso de salud, que se dicen graves, y que aunque no le imposibilita el gobierno pastoral, sin embargo lo dificulta grandemente, la Santa Sede otorga un administrador Apostólico "sede plena", de tal forma que el obispo diocesano cuenta con alguien, que siendo obispo, como es este caso de Jujuy, ejerce un mandato apostólico con terminos que pueden ser especiales, con facultades del todo especiales, estando el diocesano colaborando en cuanto pueda con el administrador.



A raíz de la grave enfermedad que padece el obispo diocesano, monseñor Marcelino Palentini, la Santa Sede designó administrador apostólico (sede plena) de la diócesis de Jujuy a monseñor César Daniel Fernández.

Asimismo, se aclaró que el cargo tiene carácter de interino hasta que evolucione la enfermedad del prelado jujeño o bien se designa otro obispo para sucederlo. Es decir, monseñor Fernández continúa siendo obispo auxiliar de Paraná.

El arzobispo de Paraná, monseñor Juan Alberto Puiggari, explicó que monseñor Fernández deberá salir “a la brevedad hacia Jujuy para hacerse cargo de la tarea que se le encomienda”.

“Desde ya nos comprometemos a acompañarlo con nuestras oraciones para que Dios lo asista en esta nueva misión”, subrayó en un comunicado.

Monseñor Palentini fue intervenido quirúrgicamente por un tumor cerebral el 20 de diciembre de 2010 en el Hospital Austral, de Pilar, y desde entonces debió trasladarse varias veces a Buenos Aires para someterse a diversos tratamientos. AICA


Seguimos trabajando en el Instituto "Gral. Manuel Belgrano"









Vereda nueva con locetas en color material, que serán próximamente plastificadas.









Dando los últimos detalles para proceder a colocar los mármoles de antepecho de ventanas y puerta principal.



Vereda nueva, travertino en la parte de zócalos del frente del Instituto.


En esta pared que da al atrio parroquial se colocará después de debido pintado, una mayólica de Ntra. Sra. del Rosario de San Nicolás, patrona del Instituto.


Este año la unión de padres del Instituto con la dirección del mismo han comenzado a darle una renovación al frente del Instituto "Gral. Manuel Belgrano". Aquí hemos tenido algunas imágenes en medio de la recuperación.

martes, 23 de agosto de 2011

Declaración del Episcopado Argentino en defensa de la vida: de la madre y del hijo



Buenso Aires, 23 de agosto de 2011.






Hablar del tema de la vida en el actual contexto nacional, “tiene una significación muy concreta”, porque “hoy la vida está muy amenazada por la droga y las diversas adicciones, la pobreza y la marginalidad en la que muchas personas viven su existencia en un estado de vulnerabilidad extrema; también la delincuencia aparece hoy en forma frecuente como atentado contra la vida”, expresa la declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina que, titulada “No una vida, sino dos”, se dio a conocer hoy. “Junto con estos peligros -añade la declaración- nos encontramos frente al planteo del aborto. Queremos afirmar con claridad: cuando una mujer está embarazada, no hablamos de una vida sino de dos, la de la madre y la de su hijo o hija en gestación. Ambas deben ser preservadas y respetadas. La biología manifiesta de modo contundente a través del ADN, con la secuenciación del genoma humano, que desde el momento de la concepción existe una nueva vida humana que ha de ser tutelada jurídicamente”, porque “el derecho a la vida es el derecho humano fundamental”. El siguiente es el texto completo de la declaración episcopal:

NO UNA VIDA, SINO DOS ("Elige la vida y vivirás" (Dt. 30, 19)
Durante este Año de la Vida, hemos reflexionado sobre ella y la hemos reconocido como un regalo maravilloso que recibimos de Dios, y que hace posible todos los otros bienes humanos. También hemos observado con dolor situaciones sociales en las que no se está promoviendo el valor supremo de la vida.

Hablar de este tema, en el actual contexto nacional, tiene una significación muy concreta. En efecto, hoy la vida está muy amenazada por la droga y las diversas adicciones, la pobreza y la marginalidad en la que muchas personas viven su existencia en un estado de vulnerabilidad extrema; también la delincuencia aparece hoy en forma frecuente como atentado contra la vida.

Junto con estos peligros nos encontramos frente al planteo del aborto. Queremos afirmar con claridad: cuando una mujer está embarazada, no hablamos de una vida sino de dos, la de la madre y la de su hijo o hija en gestación. Ambas deben ser preservadas y respetadas. La biología manifiesta de modo contundente a través del ADN, con la secuenciación del genoma humano, que desde el momento de la concepción existe una nueva vida humana que ha de ser tutelada jurídicamente. El derecho a la vida es el derecho humano fundamental.

En nuestro país hay un aprecio de la vida como valor inalienable. La vida propia y ajena es para los creyentes un signo de la presencia de Dios, e incluso a quienes no conocen a Dios o no creen en Él, les permite "sospechar" la existencia de una realidad trascendente.

Valoramos las recientes medidas adoptadas respecto del cuidado de la vida en la mujer embarazada. Es absolutamente prioritario proteger a las futuras madres, en particular a las que se encuentran en estado de marginalidad social o con dificultades graves en el momento del embarazo. Los varones, que también lo hicieron posible, no deberían desentenderse.

Deseamos escuchar, acompañar y comprender cada situación, procurando que todos los actores sociales seamos corresponsables en el cuidado de la vida, para que tanto el niño como la madre sean respetados sin caer en falsas opciones. El aborto nunca es una solución.

Una decisión legislativa que favoreciera la despenalización del aborto tendría consecuencias jurídicas, culturales y éticas. Las leyes van configurando la cultura de los pueblos y una legislación que no protege la vida favorece una cultura de la muerte. La ley, en cuanto base de un ordenamiento jurídico, tiene un sentido pedagógico para la vida de la sociedad.

Invitamos a nuestros fieles laicos y a todos los ciudadanos a reflexionar y expresarse con claridad a favor del derecho a la vida humana. Lejos estamos de desear que este debate provoque más divisiones en la sociedad argentina. Solicitamos, por ello, que las expresiones vertidas sobre este tema se realicen con el máximo respeto, eliminando toda forma de violencia y de agresividad, ya que estas actitudes no están a la altura del valor y de la dignidad que promovemos.

Invocamos la protección de Dios, fuente de toda vida, para que ilumine a los legisladores. En el marco del Bicentenario, cada vida humana acogida con grandeza de corazón renueva la existencia de nuestra Patria como hogar abierto a todas y a todos.

Buenos Aires, 18 de agosto de 2011. 159º Reunión de la Comisión Permanente
Conferencia Episcopal Argentina.

Fuente: AICA

lunes, 22 de agosto de 2011

Construcción del gimansio del Instituto Privado Diocesano "Gral. Manuel Belgrano" de Pozo del Molle, y vamos por más...




Esta es sólo una de las obras que tenemos en marcha, y que dará jerarquía a la institución educativa que podrá disponer de un lugar adecuado para los actos, clases de gimnasia, y demas eventos educativos.



jueves, 18 de agosto de 2011

Testimonio de Jorge Llaya



“Yo creo en los milagros, sé que fui parte de un milagro; soy médico y tengo conciencia de hasta dónde llega la ciencia, por eso estoy seguro de que Dios me dio la oportunidad de seguir viviendo a través de las oraciones a Juan Pablo II”.

El médico salteño Jorge Llaya tiene la voz serena, es padre de cuatro niños, una nena de 9, un varón de 6 y dos mellizas de 3 años. Su esposa, una ferviente devota de la Virgen de los Tres Cerritos es santiagueña y estuvo a su lado sin perder la fe ni un segundo. Dice que en esta segunda oportunidad que se le ha dado, tiene “una misión que cumplir”.

El principio

El 7 de mayo de este año, Jorge se presentó en la línea de largada del maratón North Face Endurance Challenge en Salta. Una prueba de 21 kilómetros que en principio no representaba un imposible para un deportista de alma como siempre fue.

Sin embargo, a los 8 kilómetros tuvo una convulsión, fue auxiliado, trasladado a un hospital donde la situación se agravó de tal manera que debieron inducirle el coma para sostenerle la vida. Más tarde se supo que padecía de una insuficiencia renal y hepática fulminante.

Lo trasladaron al Hospital Italiano e ingresó inmediatamente a la lista de espera para un trasplante hepático. Estuvo dos veces en emergencia nacional.

“Tenía más chances de morir que de recibir un trasplante porque mi condición era muy grave”, dice Jorge. Lo cierto fue en el transcurso de esos terribles 19 días, su familia recurrió a la oración. Su esposa María José Gubaira acudió a doña María Livia de la Virgen de los Tres Cerritos. Ella vino a verlo, le tomó la mano y rezó por él. En Santiago y en Salta, se organizaron cadenas de oración para pedir por su salud.

“Mis colegas médicos le decían a mi esposa: ´Hicimos todo lo posible´, y así era, soy médico y sé hasta donde puede llegar la ciencia”, admite.

Su foto en la tumba

Por esos días, el mundo celebraba la beatificación de Juan Pablo II en Roma. Un amigo de la familia tuvo la idea: enviar a través de un conocido que viajaba a Italia, una foto de Jorge para que la depositara en la Basílica de San Pedro como ofrenda para pedir la intercesión del Papa por su salud. Al llegar, aquella persona se dio con que estaba terminantemente prohibido dejar objetos en ese lugar. Como pudo alcanzó a esconder la fotografía entre unas columnas y el muro de la iglesia “para que al menos estuviera cerca”.

“Dos días después, otro amigo salteño que estaba en Roma, se comunicó con mi familia para dar la noticia de que había visto la foto sobre la tumba de Juan Pablo II; no sabemos cómo llegó allí ni quién la trasladó, pero así fue”, cuenta Jorge.

El 25 de mayo de 2011, el hígado de Jorge comenzó a funcionar por sus propios medios, no quedaron vestigios de la enfermedad. Su sanación no tiene explicación científica. No había entonces, ningún indicio de que su situación se resolvería de esa manera. Por el contrario el hecho de que el hígado no aparecía para hacer realidad el trasplante, hacía presuponen lo peor.

“Mis opciones en ese momento eran, la muerte o el trasplante, si hubiera sido trasplantado, mi vida hubiera sido otra… pero pude salir adelante, creo en los milagros y sé que soy parte de un milagro, si me preguntas si fue Juan Pablo II o la Virgen de los Tres Cerritos, diría que fue el mismo Dios, por la intercesión de Juan Pablo y de la Virgen a quienes mucha gente les pidió por mí”.

Jorge sigue hablando: “Cuando un médico dice que ya hizo todo lo posible por un paciente, el paciente queda dependiendo del mismo Dios; yo estoy vivo y sin trasplante; si Dios me ha dado esta segunda oportunidad es sin dudas porque estoy aquí para cumplir una misión, yo no sé qué misión es, pero estoy predispuesto a encontrarla y a concretarla”.

El doctor Jorge Alfredo Llaya está hoy en Salta, donde se encuentra abocado a conseguir que la fundación del Hospital Italiano se instale en Salta. “Quisiera que los salteños tengan acá el tratamiento que me permitió sobrevivir esos 19 días”, señala. /elliberal.com.arl

Fuente: http://www.elliberal.com.ar/ampliada.php?ID=3717

lunes, 15 de agosto de 2011

¡Se lo merece! Solemnidad de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo




No sé qué tienen, hermanos, las fiestas de María. Pero, cada vez que celebro una de ellas, espontáneamente surge en mi interior la siguiente exclamación: ¡Todo se lo merece! ¡Te lo mereces María!¡Nadie, como Ella, se lo merece!
*No eres Pedro; pero tuviste las llaves del corazón de Cristo
*No fuiste Pablo; pero a lo largo y ancho del mundo, sigues hablando a los hombres que buscan y quieren conocer a Cristo
*No llegaste como Santiago hasta los confines de la tierra; pero –a mitad de su camino– le ayudaste y le alentaste para que siguiera adelante en el anuncio del Reino de tu Hijo.
1.- ¡Qué tienes María para que, Dios, te reservase para El desde el día de Nazaret y, para que al final de tu vida, Dios, te llevase en cuerpo y alma a los cielos! ¡Qué tienes, María!
Hoy, en la fiesta de la Asunción de la Virgen, miles de pueblos y de ciudades de todo el mundo estallan en un cántico de alabanza a María: ¡Nadie, como Ella, supo cumplir la voluntad de Dios!
Y, por eso mismo, columnas con su efigie en las plazas más famosas del mundo. Ermitas escondidas o catedrales que rompen con sus agujas el azul del cielo, nos hablan del esplendor y de la sencillez, de la verdad y del amor, de la alegría y de la valentía de una mujer que, con pocas palabras, pero con una gran vida, supo hechizar, enamorar y embobar al mismo Dios.
-¡Felicidades, María! ¡Tu Asunción es un triunfo bien merecido!
-¡Felicidades, María! ¡Tu Asunción es el premio a tanta locura de amor!
-¡Felicidades, María! ¡Tu Asunción es anuncio, preludio de lo que, si nosotros cumplimos, a nosotros nos espera!
-¡Felicidades, María! ¡Tu Asunción es el abrazo con el Dios Trinitario!
-¡Felicidades, María! ¡Tu Asunción es la placa, la honra, el homenaje que –santos y ángeles, hombres y mujeres de toda condición, consagrados y laicos– con Dios y la Iglesia a la cabeza, ofrecen y festejan.
2.- Y es que, la que dio tanto amor –desde Nazaret, pasando por Belén, escapando a Egipto o permaneciendo al pie de la cruz– no puede perderse en un sepulcro frío o dejarse como buena siembra en el surco de la tierra. La Solemnidad de la Asunción de la Virgen es el tributo y el Misterio que, la Iglesia entera, pueblos hermanados en la misma fe católica, millones de católicos extendidos a lo ancho y largo del mundo, creen y veneran. ¡No hay nadie como Ella! ¡Tiene que estar junto a Dios! ¡Te lo mereces, María!
3.- Gracias, Virgen María. ¿Quién eres Tú para que, en este día, seas encumbrada en las manos de los ángeles y presentada ante el mismo Dios? ¡No me respondas! ¡Sé muy bien quién eres, porque te vas y cómo te vas! ¡La esclava del mismo Dios! ¡El cielo te espera y…en el cielo nos aguardas!
¡Feliz ascenso al cielo, María del Señor!
4.- Ruega, por tantos miles de jóvenes que, en estos días en Madrid junto al Papa Benedicto XVI elevan sus manos buscando a Dios. Que no pierdan nunca, esa curiosidad, por ascender a esas cotas de santidad en las que Tú, María, te encuentras y nos precedes.

Javier Leoz

domingo, 14 de agosto de 2011

Solemnidad de la Asunción de María Santísima al cielo en cuerpo y alma







SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA BEATA VIRGEN MARÍA

(Ap 11,19; 12,1-6.10; Sal 44; 1Cor 15,20-26; Lc 1,39-56)

La celebración de la Asunción es un día de alegría: es la fiesta de la grandeza de Dios y de la grandeza del hombre en Él. Hoy resuena el alegre Magníficat, esta extraordinaria poesía inmersa del Corazón Inmaculado de María y florecida en sus labios.
El cantico evangelico es un retrato de la Virgen, en el cual podémos verla así como Ella es. Este inicia con la exclamación: «Mi alma glorifica al Señor», o sea, “proclama grande” al Señor. María desea que Dios sea grande en el mundo y en su vida personal. Ella no teme que el Señor sea contendiente: no tiene miedo que Él, con su grandeza, pueda quitarle algo a la libertad humana o sustraer cualquier cosa de su espacio vital. Ella sabe bien, que Dios es grande, entonces también nosotros somos grandes. Nuestra vida no se empobrece, si no más bien se ensalza, exalta y enriquece de la grandeza de Dios: Y es entonces que se convierte grande en el esplendor del Señor.
En el hecho que nuestros progenitores pensáran al contrario, tocamos precisamente el nucleo del pecado original. Temían que, si Dios hubiéra estado muy grande, habría quitado cualquier cosa a sus vidas; tenían la idea de hacerlo a un lado, para tener más espacio para si mismos. Esta es también la grande tentación de cada hombre; esta es también la grande tentación de cada ideología; es esta también la grande tentación de la secularización. Pero donde desaparece Dios, el hombre no se convierte en grande; pierde antes bien, la dignidad divina, pierde el esplendor del cielo en su rostro. Solamente si Dios es grande, también el hombre es grande.
La humildad alegre de María, nos ayuda a comprender que es precisamente así. Debémos cuidarnos del no alejarnos de Dios; debémos más bien reconocer que que nosotros somos grandes solo en su presencia; por esto debémos permitir que el sea grande en nuestra vida y todo el esplendor de la dignidad divina será nuestro. Es importante por lo tanto, que Dios sea grande entre nosotros, en nuestra vida personal y en la vida pública. Como hizo María es necesario que hagámos espacio cada día al Señor, en nuestra vida, iniciando precisamente por la oración, dando tiempo a Dios. No perdémos el tiempo si se lo ofrecémos a Él. Si el Señor entra en “nuestro” tiempo, todo el tiempo se conviérte en más amplio y más rico. Nuestro pobre tiempo se conviérte en tiempo de Dios, toca la eternidad.
La solemnidad de este día, abre para nosotros el horizonte del cielo, como signo de la gradeza del Señor, cantado por la Virgen; con el termino “cielo”, no se refiere esclusivamente a un “lugar” físico que se encuentra sobre nosotros, si no más bien a una realidad extraordinaria que nos toca désde ahora de cerca.
Se pretende afirmar que Dios, en Cristo, definitivamente superó y venció el tiempo y el espacio para el hombre, introduciéndolo en su eternidad. El Señor no se oculta jamás, y nosotros existímos porque el nos ama, porque nos ha pensado creativamente, así como nosotros somos. “Nuestra eternidadad” no es ontológica, si no más bien se funda en su amor misericordioso. Quien es amado por Dios, y acepta su amor, no morirá nunca. En Él, en su pensamiénto en su amor nosotros estamos para siempre custodiados y por esto mismo inmortales, en todo nuestro ser personal.
Este amor es portador de la inmortalidad, que nosotros llamamos “cielo”: Dios es tan grande de tener un puesto también para nosotros. Esto manifiésta la expresión dogmática de la «Asunción corporal a la gloria celestial» de la Beata Virgen María.
La fe no promete solo la salvación del alma en la imprecisión del más allá, en el cual todo lo que en este mundo a sido precioso y apreciado desaparece, pero anuncia el valor eterno de lo que ha sucedido en esta tierra. Nada de lo que es precioso y apreciado se arruinara: «Ustedes tienen contados todos sus cabellos» (Mt 10,30).
El mundo definitivo será el cumplimiento también de esta tierra y de nuestra historia personal. El Señor conoce y ama a todo el hombre, lo que nosotros hoy concretamente somos. La totalidad integral de la persona es “presa” por Dios, Él nos atíra y nosotros obtenémos así la eternidad en Dios mismo. Esta es la verdad que hoy nos impregna de alegria profunda; con la asunción al cielo, Maria Santisima testimónia el significado auténtico de nuestra humana existencia. En ella descubrímos que nuestra vida porta en sí mísma la profundidad, la altúra y pedasos del cielo y es llamada désde ahora a hablar, como siempre lo hace el cielo, de Dios.
Dios ha asumído en la gloria celestial a Aquella que el Hijo ha donado en la cruz como Madre; ahora en el corazón mismo de Dios, hay espacio para la maternidad de María y para sus cuidadosas atenciónes. Siendo en Dios y con Dios, la Virgen María esta cerca a cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, escucha nuestras oraciónes, esta siempre cerca en nuestras necesidades y aflicciónes y nos sostiene con su materna bondad.
Podémos siempre confiar nuestra entera vida a esta dulce Madre, que no esta lejos de ninguno; antes bien, en Ella, nuestra vida presente esta désde ahora en Dios. Demos gracias al Señor por el don de su Obra Mestra, de la Madre Celestial asumida en la gloria y oremos para que la Iglesia, mostrando la belleza de María, ayude a los hombres a reconocer la propia inaudita dignidad que es reflejo de la grandeza de Dios.
¡Hoy, viviendo la Asunción, comprenderémos que es la fiesta del humanismo plenario!

jueves, 4 de agosto de 2011

Día del Párroco 2011







Señor, Padre nuestro, que en atención no a mis méritos, sino
únicamente por tu gran bondad y misericordia, quisiste
encomendar esta familia parroquial a mi ministerio sacerdotal de párroco
concédeme la gracia de desempeñar
dignamente este servicio fraterno y de guiar bajo tu dirección al
pueblo que me has confiado.




Te lo pedo por Jesucristo, Nuestro
Señor. Amén





SANTO CURA DE ARS
RUEGA POR NOSOTROS

miércoles, 3 de agosto de 2011

1º de agosto, cuando nos acostamos en Pozo del Molle, y amanecimos en Bariloche








Norbis de Mano en su casa de campo














Norbis y Pedro Mano








Cuando la pampa húmeda se viste de blanco una vez cada tanto se ve de esta manera. No es un paisaje común para nuestras comunidades. Y como en forma personal detesto la nieve, cuando veo venirla me fugo a la villa.